Por: Pelayo Abanto Ríos
Entre los tantos viajes que realizó en el Perú el destacado viajero francés Charles Wiener, hay uno del cual quedó maravillado, se trata de una visita que hizo a la ciudad del Cusco en 1876, en Semana Santa. Wiener además de considerar a nuestra ciudad como “la Roma de América del Sur” por sus portentosas construcciones arquitectónicas, quedó impresionado de la gran devoción al Señor de los Temblores. El viajero describe a la procesión del Santo Moreno -que por cierto el color de la sagrada imagen para entonces ya había ennegrecido por el paso de más de dos siglos desde su origen- como uno de los cultos más importantes de la ciudad del Cusco, y refleja ese fervor religioso en una anécdota que escribiré textualmente: “Un día Monseñor Ochoa, obispo del Cuzco hasta 1875, quiso remozar la imagen bien querida. Encargó a un pintor que preparase sus más hermosos colores y sus mejores pinceles para esa construcción sagrada. Una buena mañana el pintor instaló sus escaleras delante del altar para volver a dar al dulce Jesús sus colores desaparecidos. Al punto, el ruido de lo que se llamaba una profanación, se extendió en la ciudad. Se iba, decían unos, a vender al Señor de los Temblores a la ciudad de Arequipa donde hay un temblor todas las semanas. Se iba, decían otros, a despojarle de su virtud poniéndole la mano. Negro, era todopoderoso, ¿para qué pintarlo de blanco?
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Varios centenares de indios aglomerados delante de la iglesia, pidieron que no se tocara a su Cristo. Para calmarlos, se les arrojó las escaleras del pintor. Ellos las rompieron, y no contentos aún, pidieron que se les entregara al artista. Para protegerlo, el Obispo hizo cerrar la Catedral. Entonces la indiada, la masa de los terribles creyentes, se revolucionó. Los indios se trasladaron, gritando, ante el palacio episcopal. Bajo los golpes de las piedras que arrojaban, las ventanas volaron en pedazos; al resistir las puertas el furor de los promotores de la sedición, creció aún más; brotaron gritos violentos y la rabia, llegada a su exaltación extrema, se afirmó por esta amenaza furibunda: “Bebamos esta noche la chicha en el cráneo del obispo”. Los fanáticos se arrojaron enseguida contra la puerta, que cedió, bajo la presión de esa ola humana. Entretanto el Obispo había podido huir y escaparse atravesando el seminario, que comunicaba por puertas secretas, con el palacio episcopal”. Y añade Wiener: Fue uno de los raros y terribles despertares de esa raza, cuyos instintos guerreros parecen dormir durante un siglo, para estallar durante una hora en toda su intensidad.
Si nuevamente a alguien se le ocurriría en estos tiempos restaurar el color a la imagen de nuestro milagroso Santo ¿cómo reaccionarían los cusqueños?
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